El código Da Vinci
Un rostro conocido puede albergar un misterio. Conocido no implica sabido.
Una mirada conocida puede estar entre lo masculino y lo femenino. Mirar lo que se tiene delante no implica ver lo que hay detrás. Masculino y femenino no dejan de ser los dos aspectos de una misma entidad vital.
Bajo el ajado lienzo de una conocida obra aparecen un maduro simbologista y una joven criptógrafa, vertientes masculina y femenina, clásica y contemporánea, de misteriosos rastros y enigmáticas pistas que aparecen al levantarse la tela por la zona de la boca y esparcirse sus engarzados códigos al airado viento de pública opinión. Con tamaño desgarro, la sonrisa dibujada por la boca del lienzo original ha desaparecido, la perfilada naríz ha quedado tapada y la simbolizada palabrería asciende hacia la beatífica mirada con previsible intención de nublarla.
Conclusión inducida: polemizar en torno a lo que se oculta bajo el rostro conocido deja mudo, con sesgada anosmia y previsible ceguera.



El cartel presentado en Sitges-05 gira en torno a la sugerente transparencia de la pareja de vasos vacíos conteniendo, cada uno, un tentador caramelo rosado, dulce al paladar de la imaginación, sabroso al gusto de la situación y pegajoso al tacto sensorial de la tentación.
































































