Mirando el cartel

 

  

sábado, febrero 04, 2006

Memorias de una geisha

Un invisible viento (el soplo del destino) ha orientado los negros cabellos (vivos manojos de lacia vida enraizada) de modo que apenas se distingue el delicado cuello (estrecho vínculo vital entre el corazón y la mente) que une el maquillado rostro (blanco espejo que refleja las emociones de quien lo observa) con el sugerido cuerpo (está pero no es necesario verlo, la vista engaña mientras que la imaginación nutre). Blanco y negro, noche y día, muerte en vida, se alternan para realzar los sentidos faciales más orgánicos: rojos labios como invitación a saborear la vida, blanca nariz como reafirmación del camuflaje adaptativo necesario para la supervivencia y unos ojos azules de profunda mirada como proyección de un deseado porvenir.

Hay calma en la mirada de quien tiene un pasado.

Hay calma en los ojos de quien asume su condición.

Hay calma en el ojo del huracán.