Pactar con el gato

Ahí arriba, en las azoteas de los edificios, vale más instinto que vista, más la percepción del próximo paso a dar que la visión del posible camino a recorrer.
Ahí abajo, vosotros, muestrario de personajes de lo alto, cuando deambuláis por las calles, parece que os prima la ambición de ver cumplidos unos deseos estratégicos orientados a la consecución de satisfacción personal sobre la asunción de los valores humanos de quienes comparten espacio y vivencias; sea en reuniones a tres bandas en lugares públicos, sea en íntimos ambientes de pareja, sea entonando proclamas de diálogo ante receptivas audiencias.
Ahí abajo, también, siempre hay quien, independiente o solitario, a la búsqueda de su yo por definir, mira hacia arriba sin percatarse de lo que tiene tras de sí.
Aquí, fijaos bien, entre arriba y abajo, en la rama de este árbol en pleno barrio de vecindad sin más ventanas que por la que estáis mirando, me encuentro cual observador notario sujeto a pacto tal como reza la pintada mural del título. Tened presente que "con todo deseo viene una maldición", os lo recuerdo desde esta mi rama en el deshojado árbol de la vida, mientras veo con la perspectiva que me confiere mi instinto animal cómo algunos de vosotros vais depositando manipuladoramente sentimientos en quienes os rodean con la esperanzada convicción de que os sean devueltos al llegar a destino; no os sorprendáis, autostopistas emocionales, si el vehículo que os llevaba cambia de objetivo y os encontréis, de nuevo, solos, en el arcén o ante la ventanilla de secretaría.
Aquí, ahí, alrededor, todo son azoteas y tejados; un resbalón, un desliz en vuestro siguiente paso y la fuerza de la gravedad os puede hacer caer, y no todos sois gatos para disponer no ya de dos ojos de perspectiva sino de siete vidas de experiencia.
Por eso desde mi sensible e instintiva perspectiva felina, carente de felonía, os invito a que desde vuestro lado de la ventana mirador prestéis más atención a quienes os rodean y os fijéis en lo que hacen por vosotros para que, propiciando el toque humano, podáis escribir nuevas páginas en vuestro libro particular de sueños y así consigáis vuestra ansiada y maravillosa recompensa.

La blanca estela actúa de papel para las letras de los créditos artísticos y competitivos de una película de detectives cuyo título apunta a un ladrillo más en esta pared de jóvenes que prematuramente toman las de adultos para violentamente acabar plácidamente con la mano extendida flotando sobre la superficie del agua de alcantarilla que calmadamente busca la inmensidad de un océano en el que encontrar un rincón en cualquiera de sus fosas abisales, pobladas por seres planos que sobreviven a la falta de luz, a las altas presiones y a las naturales tensiones de la comunidad que su conjunto combinado determina.

Sé simple (cartelista), no recargues con lo que antaño hicieron los autores (novelista y director), tan sólo ábrele bien los ojos al espectador para que no forme parte del corro de morbosos que se alimentan del yaciente producto de desviados depravados al final de la línea de tres farolas que jalonan el negro recorrido de lo que circula por el lado más sórdido de los oropeles dorados y el glamour artificial de la meca social; invítale a ver, a mirar hacia arriba, hacia el más allá, hacia el más acá, puede que vea negro bajo blanco o blanco sobre negro, poco importa, si observa concluirá que es lo mismo, lo digas con muchos rostros participantes o lo digas sólo con uno implicado, lo pongas con letra negra cubierta de coagulante rojo, lo escribas con flotante letra blanca sobre extenso mar negro y con indiferente independencia del marginado artículo sin mayúscula.







La imagen, deformada por una imaginada pero perceptible lente, conforma el ojo de una cerradura por la que accedemos, mirones, observadores, a la transformación de una casa en una terrorífica locomotora, chimenea a todo vapor, con la monstruosa intención de tragarse, veáse sino la puerta-boca entreabriéndose, a los tres amiguitos de aperitivo, a todo el cuadro técnico-artístico como plato combinado y, de postre, a nosotros si, hipnotizados como estamos ante la visión de la puerta que se está abriendo, no nos apartamos de su travieso vial.































































